El doctor Mateo Martínez se define como un enfático defensor de la salud pública. “Nuestros hospitales y centros de atención primaria, que muchas veces hemos tildado de ‘viejos, feos y sucios’, hoy son el centro de la lucha para proteger a la sociedad”, dice. Tiene 64 años y su trayectoria refleja esa inclinación: hoy está a cargo del decanato de la Facultad de Medicina de la UNT por segunda vez, pero antes de su inicio en la docencia se desempeñó como médico rural, director del Hospital de Graneros, jefe del Área Programática Sur del Siprosa y secretario de Planeamiento en el Ministerio de Salud. Si bien es un apasionado de la medicina, también se ha formado en otras áreas como el arte y la sociología. En una entrevista con el programa “La otra pregunta”, emitido ayer por la noche por LG Play, Martínez se refirió a las consecuencias de la pandemia en la educación médica y a una posible reforma del sistema sanitario, entre otros temas. Este es parte del diálogo que se puede ver completo por en el canal de YouTube de este diario.
- ¿Cómo cree que vamos a recordar este proceso histórico?
Los que perdieron a seres queridos, como una pesadilla. Como sociedad, como algo de lo cual hay que aprender: en el plano individual, teniendo conductas más seguras; en el plano estatal, siendo previsores. Hay que tener claro que la historia puede repetirse una y más veces. Esta pandemia no es la primera ni va a ser la última. Es más: la probabilidad de que tengamos otros eventos similares es muy alta. En septiembre de 2019 ya había habido una advertencia de la OMS que decía que era inminente, que sólo faltaba saber dónde iba a empezar, qué microbio iba a estar involucrado y advertía que no estábamos para nada preparados. Se presentó la información en la ONU y hasta la conocieron los gobiernos del mundo, pero cuesta prepararse para algo que uno no ve en la línea del horizonte. Ahora lo hemos vivido y lo hemos sufrido.
- ¿Con qué proceso histórico se puede comparar esta pandemia? ¿Una guerra mundial?
La última gran pandemia de 1918, más conocida como gripe española, mató más personas que las que murieron en la Primera Guerra Mundial. El impacto de una epidemia es igual o más fuerte en términos de salud y de vida de las personas que una guerra. Ahora bien, creo que también la gente necesita en estos duros momentos un mensaje de esperanza: esta epidemia va a pasar. No falta demasiado, quizás. Y a diferencia de una guerra, el aparato productivo está intacto. Esto nos puede dejar un día después más promisorio.
- ¿Qué representa una pandemia para un estudiante de la facultad que dirige?
Cualquier buen estudiante o docente de Medicina, Enfermería o Kinesiología conoce de la existencia de las pandemias y de la posibilidad de que en cualquier momento acontezcan, pero como todos seres humanos se piensa: “capaz que no me pasa a mí”. Una pandemia, aparte de una tragedia, es una oportunidad de aprendizaje.
- ¿Por qué?
Son circunstancias en las que el estudiante está poniendo en juego todo lo que ha aprendido en el campo de la salud pública. Quizá antes le interesaba mucho la relación médico y paciente a título individual, usted y yo en mi consultorio, y no en un plano más general, que es la comunidad que depende de mí. Ese es uno de los aprendizajes. El otro es que hay que revalorizar el rol de lo público: nuestros hospitales y centros de atención primaria, que muchas veces hemos tildado de “viejos, feos y sucios”, hoy son el centro de la lucha para proteger a la sociedad.
- ¿Los contenidos de las carreras relacionadas a las ciencias de la salud van a tener que cambiar?
Nosotros nos comprometimos a reforzar el plan de estudio de Medicina y hemos cumplido: lo aprobó nuestro Consejo Directivo, lo aprobó el Consejo Superior, lo enviamos a Buenos Aires y estamos esperando la respuesta. Es un plan muy avanzado, muy adecuado a las circunstancias, pero en medio del proceso de aprobación del plan, nos vino la pandemia. De hecho, me toca por este tiempo presidir el Foro Argentino de Facultades de Medicina Pública y siempre discutimos este tema. Nos preguntamos: ¿no será momento de recambiar en el camino? Pero ya tenemos todo un trámite de autorización ante el Ministerio de Educación y la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria. No tengo dudas de que, más allá de las formalidades de un plan de estudio, esta pandemia va a dejar enseñanzas en los docentes y en los estudiantes, que van a replantearse sus prácticas educativas y asistenciales.
- ¿En qué sentido?
En el campo de la enseñanza, el valor de lo digital. Como decimos con un amigo: “La enseñanza no presencial vino para quedarse, pero ojo que no vaya a adueñarse”. Es decir, la formación del médico, del enfermero y del kinesiólogo es eminentemente social y presencial. No se puede aprender todo a través de una pantalla. No se debe. Ahora bien, sí ha resultado una ayuda valiosa que una clase magistral en la que tenía 40 alumnos amontonados en una aulita ahora se la puedo dar a 400 por medio digital. El aporte de la pandemia en el campo de la teleenseñanza y sobre todo la telemedicina son procesos que han llegado para quedarse. Pero así como hay beneficios, también hay riesgos.
- ¿Cuáles?
La deshumanización de la práctica clínica, generada en gran medida por la aparición de nuevos dispositivos tecnológicos. Nuestros conciudadanos se han quejado en los últimos años de que “el doctor no habla, no me explica ni me toca, sólo me interroga un poco y me pide estudios”. Le pongo un ejemplo. Hasta que se inventó el estetoscopio, los médicos auscultábamos pegando la oreja en la espalda de nuestro paciente o en el pecho. El estetoscopio ya generó una distancia. Ahora imaginemos la cantidad de dispositivos que venimos inventando y que aumentan esa distancia. Sí mejoran el diagnóstico, sí mejoran el tratamiento, pero también disminuyen el contacto humano entre el terapeuta y el paciente. Mi temor es que estos nuevos dispositivos como la teleenseñanza disminuyan el contacto y la relación entre docente y estudiante. Y eso va a impactar en la atención médica.
- Usted destaca la presencialidad. Desde que se inició la pandemia, hubo decenas de estudiantes que se manifestaron en la calle para pedirle a usted poder volver a las prácticas en campo. Si fuese un estudiante, ¿qué pensaría de las decisiones que tomó el decano Mateo Martínez?
Es que hay una gran gama de estudiantes. Mi facultad tiene 11.000 miembros, es relativamente grande. Sólo Medicina tiene más de 4.000 estudiantes. Los estudiantes en un 90% comprenden perfectamente la situación que se está viviendo y nosotros atendemos a ese 90%. Agradezco que el Ministerio de Salud haya vacunado a los estudiantes y que en los últimos 73 años nos haya permitido entrar al hospital público para aprender de las dolencias, las enfermedades y el sufrimiento de las personas humildes, pero si hoy yo fuera jefe de un servicio de terapia intensiva, dudaría en dejar entrar a un estudiante. Creo que en mí prima el aspecto médico. Primero está la salud. Mi facultad ha tomado incluso algunas decisiones que hasta pueden ser consideradas controvertidas, como con el tema del aborto, en el que tomamos una posición pública defendiendo la vida. Entonces creo que hay que respetar lo que está aconteciendo en los hospitales: la pandemia no es un pretexto, no es algo a lo que la academia se aferre para no graduar a sus estudiantes. Muy por el contrario. Comparto una preocupación: antes de la pandemia graduábamos a 300 chicos por año. El año pasado graduamos poco más de 120. En este año vamos a tener una cifra un poco mayor. Entre 2020 y 2021, si Dios nos ayuda, vamos a graduar a un poco más de 300 alumnos, cuando deberían haber sido 600. Todo el país está perdiendo graduados.
- ¿Entonces en dos años nos van a faltar médicos?
No tenga dudas. Ahora, yo haría una pregunta: ¿los graduamos por decreto para que tengan la matrícula? ¿Se puede, siendo una carrera de riesgo? ¿Podemos legarle a la sociedad por los próximos 40 años médicos sobre los cuales no tenemos suficientes garantías de su formación? Es un problema de ética educativa que hemos discutido entre los decanos y estamos dispuestos a flexibilizar y lo estamos haciendo, porque los jóvenes no están aprendiendo en las mismas condiciones y con la misma calidad que en la era pre pandemia. Flexibilizamos al máximo, pero hay un punto límite, que está en la necesidad de hacer algunas prácticas básicas, y si estas se hacen en el hospital, y ahí nos dicen “disculpe, hoy no; mañana, quizás sí”... nos tendremos que armar de paciencia.
- Desde el año pasado se instaló el debate sobre una posible reofrma del sistema de salud. ¿Cómo analiza el tema?
Soy un enfático defensor del sector público. Los sistemas de atención médica tienen que velar para recuperar la salud de las personas y para preservar su vida. ¿Usted cree que hay que poner eso en manos de una organización empresaria que legítimamente, legalmente y honestamente busca el lucro con esa tensión? Creo que no. El riesgo de enfermar y de morir, en este país y en todo el mundo, está muy fuertemente vinculado al nivel de ingreso que uno tenga. Sé que el debate es incipiente, como que se estaría buscando unificar y ya hay sectores del sector privado que dicen que se atenta contra la propiedad privada. ¿La salud es parte de la propiedad privada o es un bien social? Ahora, el otro riesgo es el autoritarismo. Creo que es una cosa muy delicada y creo que no se puede expropiar por expropiar o avanzar sobre personas que tienen legítimos derechos en un Estado de Derecho como el que vivimos. Sí creo que merece un debate muy de fondo. En lo personal, creo que la Justicia y la Salud no pueden privatizarse. Pondría el grueso del mayor peso de esas responsabilidades en el Estado. Si privatizamos la Justicia o la atención de la salud, ¿qué nos queda? Espero que quienes están pensando en avanzar sobre el sector privado tengan la delicadeza de hacerlo en la forma correcta.